miércoles, 27 de junio de 2007

Lo que secedió el 11 de Septiembre...

Amaneció en Santiago un cielo gris marengo. Ya se tenían noticias de la sublevación de la Armada en Valparaíso y Viña del Mar. Allende, en La
Moneda, intentaba ponerse en contacto con los jefes militares para que defendieran el orden constitucional.
Era demasiado tarde, el Ejército y la Aviación se habían sublevado también y habían arrastrado al cuerpo de Carabineros. Los mensajes radiados para llamar a la
movilización de los trabajadores eran cada vez más difíciles de hacer porque la Aviación bombardeaba los repetidores de las emisoras leales al Gobierno.
Este fue el día escogido para recoger los beneficios de la inversión que la CIA y las empresas transnacionales habían hecho en Chile: más de tres millones de dólares en la campaña para las presidenciales de 1964, para impedir que Allende fuese elegido;
ocho millones en el período 1970-1973, de los que más de tres millones corresponden al año 1972. Estos últimos con el fin de “hacer aullar a la economía chilena”, en palabras de Richard Nixon. Dinero que no pudo evitar, primero, la elección de Salvador Allende el 4 de septiembre de 1970 y su posterior ratificación por el Congreso el 24 de octubre del mismo año.
La “acción encubierta” en Chile por parte del Gobierno de los Estados Unidos se remonta a 1958, pero es a partir de la elección de Allende como Presidente cuando alcanza su punto más alto, llegando incluso a amenazar a los militares con cortar las ayudas al ejército si Allende ocupaba la presidencia.
Es a partir de este momento cuando los Estados Unidos, a través de la CIA, empiezan a fomentar la idea de un golpe de estado entre las Fuerzas Armadas chilenas. Los Estados Unidos encuentran apoyos en los partidos de la derecha chilena, cada vez más radicalizados, y en los sectores empresariales que organizan huelgas patronales cada vez más salvajes con el fin de provocar inestabilidad y propiciar una sublevación militar. Los grupos terroristas de la ultraderecha, especialmente Patria y Libertad, también juegan un papel destacado en la desestabilización del Gobierno de Salvador Allende, llegando incluso a intentar secuestrar al Comandante en Jefe del Ejército, general Schneider, que resultó muerto en esta acción. La muerte del general Schneider y la campaña de desprestigio que obligó a dimitir al general Prats, militar conocido por su inquebrantable lealtad al orden constitucional, allanaron el camino hacia la jefatura del ejército de Augusto Pinochet.

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